La vida más allá de la derecha y la izquierda

1. Saliendo de una lógica binaria y del Siglo XVIII

Cuando una persona dice que no es de derecha ni de izquierda, o que cree que se debería superar ese binarismo, varias personas de izquierda proceden a etiquetarla como “de derecha”. También, aunque en menor medida, varias personas de derecha dirán que la primera es de izquierda. Lo que tienen en común estas personas etiquetadoras (en la izquierda, varias son anti etiquetas) es que piensan que todas las personas nacemos o de izquierda o de derecha, que la política no tiene relación con la cultura y la realidad de cada país, y que la vida política del mundo empezó más o menos en 1790. Antes de eso, nadie era nada. O tal vez, para las de izquierda, todas las personas eran de derecha, y para las de derecha, todas eran de izquierda. Quién sabe.

Este pensamiento sigue una línea argumental básica, binaria e incluso violenta. Por un lado, es similar a las lógicas binarias “si dices que no eres hetero ni gay, es porque eres gay” y “si no eres blanco y de apellido español, eres indio”, y por otro, atenta de forma violenta contra la construcción individual de una persona: qué autoridad tiene alguien para decirle a otra persona lo que es, cuando esta se autoidentifica o percibe de una forma determinada. Yo pienso que hay vida más allá de derecha e izquierda, y no soy el único; anarquistas, feministas y ecologistas también lo han planteado.

Para Kropotkin, anarquista ruso que nació como príncipe y renunció a sus privilegios y bienes porque para él esa era la primera lucha de clases, la derecha y la izquierda no son más que dos formas diferentes de concebir al capitalismo: global en el primer caso, de Estado en el segundo. Como Estados Unidos y China, más o menos. Para Walter, teórico anarquista británico, tanto derecha como izquierda dependen del gobierno, la primera aparentemente para preservar la libertad, pero en realidad para impedir la igualdad, y la segunda aparentemente para preservar la igualdad, pero en la práctica para impedir la libertad, y a la larga ambas impiden la igualdad y la libertad porque no puede haber una sin la otra. Para María Galindo, anarcofeminista boliviana, la lectura de derecha e izquierda no alcanza para comprender y dar respuestas en el Siglo XXI: los grandes problemas actuales en Latinoamérica son el ecocidio y los femicidios, y ni derecha ni izquierda han dado respuesta a estos problemas, al contrario, los han profundizado.

La postura de Galindo es respaldada por otros enunciados ecologistas y feministas. Desde el ecologismo, Marcellesi indica que derecha e izquierda privilegian la producción y el trabajo asalariado como fuente de riqueza y se basan en un economismo reductor que olvida la dimensión humana (esto es, ambas son capitalistas), y Van Parijs’ sostiene que el ecologismo nace de la crítica a la sociedad industrial, cuyas dos grandes ideologías son la derecha capitalista y la izquierda socialista. Desde el feminismo, Alda Facio y otras autoras enuncian que el feminismo se construye desde las miradas de las mujeres, quienes han sido excluidas de casi todo el debate y la construcción social, y que debe crear categorías propias y no regirse necesariamente por la dicotomía derecha-izquierda, que es parte del paradigma patriarcal. Pilar Pardo, a su vez, indica que los partidos de izquierda históricamente han negado la participación de las mujeres, que los hombres de izquierda tradicionalmente han tenido clara la opresión burguesa pero no la suya sobre las mujeres, y que ninguna revolución socialista ha superado el patriarcado. Por último, Françoise D´Eaubonne, ecofeminista, nos dice que “la falocracia está en la base misma de un orden que no puede sino asesinar a la Naturaleza en nombre del beneficio, si es capitalista, y en nombre del progreso, si es socialista”.

2. Descargo sobre la izquierda

Yo sí creo en la lucha de clases, entendida como la lucha de grupos sociales históricamente oprimidos, como indígenas, trabajadoras/es y campesinas/os. Creo que está a la misma altura, no abajo y no arriba, de la lucha por la igualdad de género y la lucha por una Naturaleza sana. Tal vez la lucha por la Naturaleza contiene a todas, porque somos parte de ella, y tal vez va primero porque sin ecosistemas no habría grupos humanos que defiendan causas. Tal vez la lucha por la igualdad de género va segunda por una cuestión de justicia: las mujeres son más de la mitad de la población, su exclusión de las decisiones y opresión empezó antes de que exista estratificación social por otras razones, por lo que serían la primera “clase” explotada, la violencia hacia ellas trasciende culturas y estratos sociales, y las actividades que se les ha asignado socialmente son las que sostienen la vida: cuidado de niñas y niños, cuidados en general, guardianía de las semillas, huertos familiares, aprovisionamiento de agua, y sostenimiento, muchas veces en solitario, de la mayoría de familias. Pero, para los fines pertinentes, insistamos en que las tres luchas están a la misma altura. 

Varios sectores de izquierda tienden a asumir que todo grupo oprimido es de izquierda por antonomasia, ¿les preguntarían a todas las trabajadoras, personas empobrecidas, campesinos, indígenas y mujeres del mundo? No se necesita ser de izquierda para tener conciencia de clase, porque la conciencia de clase no es más que conciencia social llevada a la estratificación social; se necesita un mínimo de conciencia social y empatía. No solo eso, la izquierda, al reducir las clases sociales al aspecto económico, obvia algo fundamental: el poder político, que por lo general deviene en poder económico, acompañado de corrupción e impunidad. Es cuestión de ver qué familias son las más ricas en Cuba, Nicaragua y Venezuela, o quiénes tenían una vida lujosa en la URSS, y de ver las condiciones económicas de la clase-social-sin-poder-político en esos países.

¿Cuba tiene un buen sistema de salud?, sí, los indicadores muestran que sí. ¿La URSS fue potencia tecnológica?, sí, incluso enviaron el primer satélite al espacio. Y Nicaragua y Ecuador tienen mejores y más lindas carreteras. Nada de eso elimina los crímenes de esos gobiernos contra los derechos humanos. Nada los justifica. Y los países capitalistas (capitalismo global, no de Estado) también presentan buenos indicadores en diferentes aspectos, desde sistemas de salud hasta producción tecnológica y audiovisual. Eso tampoco elimina ni justifica la lacerante desigualdad social existente ni ninguna violación a los derechos humanos cometidos por gobiernos de esos países.

La lucha por la igualdad no es patrimonio de la izquierda, que nunca la ha conseguido, y la lucha por la libertad no es patrimonio de la derecha, que tampoco. Porque, citando nuevamente a Walter, la igualdad no es auténtica si un grupo domina a otro, y la libertad tampoco si algunas personas son demasiado pobres para disfrutarla. Ambas luchas vienen del liberalismo clásico (igualdad, libertad, fraternidad), se mantienen en el liberalismo actual (democracia, igualdad de oportunidades, libre competencia y pleno respeto a los derechos y libertades humanas) y tienen en el anarquismo una de sus expresiones más contundentes, por integradoras e integrales: contra toda forma de opresión (toda, incluyendo la opresión a las mujeres y al resto de la Naturaleza), por la justicia, igualdad y libertad auténticas. 

El miedo a la igualdad es el miedo a reconocernos como parte de una misma especie, como hermanas y hermanos, y el miedo a la libertad es el miedo a asumir nuestra responsabilidad como individuos y como especie en la evolución de la vida. Las y los anarquistas no tenemos miedo. Y bien haría la izquierda en no tener miedo a la libertad, y la derecha en no tener miedo a la igualdad. Y ambas, en dejar de pensar que las personas, el común de los mortales: la ciudadanía, el campo popular marxista, las y los consumidores del sistema capitalista, giramos en torno a sus pugnas, aciertos y miserias. Tenemos intereses y luchas que no entienden, preguntas y demandas para las que no tienen respuestas, y respuestas que les trascienden.


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